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Pausa para pensar

La Gran Recesión puso de manifiesto las debilidades en el sistema de supervisión y regulación de las entidades financieras a nivel mundial. La respuesta ha sido una supervisión más estricta y cambios en la regulación cuyo final, ocho años tras el inicio de la Crisis, aún desconocemos.

El objetivo de los cambios regulatorios era evidente: conseguir un sistema financiero más robusto y capaz de soportar shocks. ¿De qué tipo? Financieros y económicos. Son argumentos prudenciales los que dominan la nueva regulación. Y las periódicas pruebas de resistencia ante potenciales shocks, el mejor test para contrastarla.

Mayor nivel de capital y de mayor calidad, conjuntamente con nuevos requisitos de liquidez: aquí tienen la base de la nueva regulación de capital de Basilea III. En principio, aplicable a partir de 2019 pero que en la práctica las entidades han asumido ya. Obliga la transparencia. Y obligan especialmente las pruebas de resistencia a las que me refería antes. En un entorno de mercado complicado, partiendo de una enorme desconfianza hacia la rentabilidad futura del Sector. Las claves de la nueva regulación son resistencia y solvencia. Pero, ¿y qué ocurre con la rentabilidad?

Quizás hago esta pregunta demasiado pronto en el texto.

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