El reto de mejorar la imagen de la banca no solo pasa por fortalecer su balance y materializar los cambios en buen gobierno que conlleva la regulación, como también hacer todo este proceso mucho más transparente. Una labor de comunicación paciente que no siempre es fácil, bajo un sentimiento histórico de fondo tan negativo.
Hemos vuelto a tener la impresión anterior ante la publicación de los últimos datos de morosidad de las entidades de depósito españolas. Recordar en este punto cómo el propio BCE en las últimas actas de la reunión de política monetaria de julio también hablaba de la morosidad en la banca europea.
Pero, en este caso, enfatizaba la mejora de los préstamos de la banca al mismo tiempo que mostraba preocupación sobre el deterioro de los precios del sector en Bolsa. ¿No tendrá algo que ver la desconfianza de los inversores financieros con el sesgo negativo al que me refería al principio? El dinero es miedoso. Y desconfiado.
Pero hablemos de las cifras de morosidad de la banca española. Sí, 118.000 millones euros en junio sigue siendo una cifra importante. Pero, ¿no lo es mucho más que la morosidad baja a ritmos del 18% anual? ¿No lo es también que supone la cifra más baja desde 2010? Lo dicho: siempre podría ser el ajuste a un ritmo de caída mayor y una cifra absoluta más baja. Aunque, ¿resultaría este esfuerzo compatible con el fuerte aumento que registran ahora los nuevos préstamos a pymes y a familias? No lo creo. Por no hablar del difícil contexto para generar resultados, con tipos de interés oficiales negativos en depósito, cambios regulatorios que parecen no tener fin y una creciente competencia no bancaria.
Por cierto, esta última favorecida por las medidas monetarias excepcionales desde el BCE y con niveles de regulación y supervisión en principio más laxos que los aplicados a las propias entidades de depósito.