Existen algunos principios financieros indiscutibles y ampliamente extendidos como, por ejemplo, “es conveniente ahorrar para afrontar futuras complicaciones”, “es malo vivir más allá de nuestras posibilidades”, o “no es razonable estar fuertemente endeudado”. Todos somos sensibles a estos principios y, a pesar de ello, millones de personas, incluso aquellas con altos niveles de educación y una renta disponible suficiente, infringen en algún momento algunos de esos fundamentos. ¿Por qué resulta tan difícil el manejo de las finanzas básicas para una gran parte de la población? ¿qué se puede hacer para preparar a los jóvenes o para que los consumidores puedan tomar mejores decisiones en su día a día?
La respuesta inmediata a estas inquietudes se ha centrado tradicionalmente en el insuficiente nivel de conocimiento financiero. El 46% de la población española considera que sus conocimientos financieros son “bajos” o “muy bajos”, según la Encuesta de Competencias Financieras del Banco de España (BdE) y la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Un resultado en consonancia con el ranking del informe PISA elaborado por la OCDE en 2018: España, en la posición número 11 de los quince países de la OCDE analizados, se encuentra entre aquellos con un índice de educación financiera en el aula inferior a la media y más de un 15% de los estudiantes carece de los más mínimos conocimientos financieros. Un dato que debería alertar a las autoridades, pues España tiene una población cercana a los diez millones de habitantes jóvenes entre los cinco y los veinticinco años que deberá enfrentarse a un mundo progresivamente más complejo, incierto y dinámico, en el que la información pasará delante de ellos a la misma velocidad con la que deberán integrarla y procesarla para poder tomar las decisiones correctas.
Las dificultades económicas provocadas por la pandemia y la incertidumbre asociada a una crisis impredecible es un buen ejemplo del entorno futuro al que se pueden enfrentar, en el que será clave desarrollar las capacidades y las competencias financieras necesarias para protegerse de eventos imprevistos. Pero este no es el único argumento. Las tendencias económicas que eran visibles antes de la pandemia ya anticipaban que la necesidad de adquirir habilidades de educación financiera solo puede crecer en el futuro por diversas razones.
En primer lugar, es probable que los jóvenes se enfrenten a decisiones más difíciles si las transacciones financieras continúan creciendo a la velocidad de la transformación digital. La presencia omnipresente de la tecnología entre los nativos digitales conduce a que los jóvenes puedan estar entre los principales beneficiarios de la digitalización de los servicios financieros. Ahora bien, de la misma manera que la difusión de los servicios financieros digitales puede abrir nuevas oportunidades, también pueden exponer a los consumidores a nuevas amenazas como la publicidad engañosa, la venta indebida, el sobreendeudamiento o las estafas ligadas al robo de identidad, entre otras. Un conjunto de desafíos que se agravan cuando la baja educación financiera se combina con una conciencia limitada de la ciberseguridad. Por ello, la combinación entre digitalización y educación se antoja como el mecanismo más potente para seguir ampliando las competencias financieras entre la población más joven.
En segundo lugar, como enfatiza la OCDE, en España las generaciones futuras probablemente asumirán más riesgos financieros durante su vida que la población adulta actual, debido a factores como el aumento de la esperanza de vida, una menor protección del bienestar y una mayor incertidumbre sobre los ingresos en la jubilación. Las perspectivas variables de empleo y los efectos de la digitalización, el cambio tecnológico, el cambio climático, las pandemias, la globalización y la transformación de la naturaleza del trabajo también pueden contribuir a la incertidumbre financiera. Además, la creciente desigualdad de ingresos y riqueza podría significar que, sin una sólida educación financiera, los jóvenes desfavorecidos podrían quedarse más rezagados.
En tercer lugar, el desarrollo de las finanzas sostenibles tiene el potencial de generar productos y servicios financieros más sofisticados, alineados con el medio ambiente y temas sociales con el propósito de generar impacto y transformar nuestro entorno. Por ello, tener la capacidad de elegir los productos más apropiados, tomar decisiones de consumo responsable y estar seguros de que se contribuye de manera efectiva a la sostenibilidad de nuestro planeta exige disponer no solo de una fuerte convicción, sino de unos mínimos conocimientos financieros. No en vano, un nivel alto de competencia financiera se asocia con comportamientos financieros básicos más responsables.
En un mundo crecientemente complejo es probable que los jóvenes se enfrenten a decisiones más difíciles a medida que las transacciones financieras continúen ampliando su oferta de productos y servicios, por lo que la educación financiera, junto con un adecuado equilibrio de normas que protejan al consumidor, tendrá un rol fundamental que debería de plasmarse introduciendo nociones básicas de economía y finanzas en los planes de estudio de los primeros cursos de enseñanza obligatoria. Lamentablemente, por mucho que la OCDE se empeñe en recomendarlo, hay pocos países del mundo en los que la educación financiera forme parte de los planes de estudio. En España, la asignatura de economía, en la que también se vislumbran algunos temas financieros, solo es obligatoria para aquellos estudiantes que deciden estudiar la rama de sociales y es optativa para aquellos que eligen la rama de arte, bachillerato tecnológico y ciencias de la salud.
Por este motivo, en la Asociación Española de Banca y sus bancos asociados, así como desde otras muchas instituciones en España, como el Banco de España y la CNMV -que lideran el Plan Nacional de Educación Financiera- se enfatiza la importancia de la educación financiera como el mecanismo más apropiado para que los ciudadanos podamos tener un mejor futuro e incluso alcancemos la libertad económica. Este interés genuino es de doble dirección, ya que el sector financiero también necesita usuarios con conocimientos adecuados para poder tomar decisiones económicas correctas que garanticen una relación de confianza y de transparencia entre las entidades y sus clientes.
La educación es el activo más importante de cualquier persona y las competencias financieras se convierten en un pilar fundamental para asegurar un mejor control de las finanzas personales, lo que contribuye a reducir la vulnerabilidad de las familias, reduce el estrés de las familias y, al mismo tiempo, contribuye a aumentar la estabilidad del sistema financiero. La educación financiera es una de las mejores herramientas que le podemos transmitir a los jóvenes para asegurar que el conocimiento redunde, finalmente, en buenas decisiones individuales, así como para el conjunto de la sociedad.
Juan Carlos Delrieu, director de Estrategia y Análisis de la Asociación Española de Banca