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EL ECONOMISTA

De la educación a las competencias financieras

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Es necesario que los ciudadanos tengan la capacidad de participar en las decisiones económicas y sociales que afectan a su bienestar a cambio de una conducta responsable en la sociedad en la que viven. Sin embargo, muchos de ellos se quedarán al margen de lo que debería ser un derecho irrenunciable si no logran una adecuada capacitación en temas económicos y financieros.

Para que los ciudadanos puedan controlar el proceso de toma de decisiones informadas y racionales es imprescindible que entiendan los asuntos económicos y financieros que les afectan. Lamentablemente, España presenta uno de los niveles más bajos en educación financiera de toda Europa, lo que significa que sus ciudadanos están más expuestos a tomar decisiones financieras inadecuadas o a descuidar su capacidad de ahorro que los de países con mayor formación en la materia.

Para resolver esta carencia, casi todos los programas diseñados hasta ahora en España pasan por promover la educación financiera a través de un enfoque, muy alejado de lo que plantean otros países de nuestro entorno, basado en dos palancas: la enseñanza de conceptos básicos y las campañas de sensibilización.

La primera consiste en impartir un mínimo de conceptos financieros (inflación, tipos de interés y diversificación, básicamente) planteados como una enseñanza de carácter optativa, en muy pocas ocasiones integrada en la educación obligatoria. La segunda se refiere a la divulgación a través de campañas de sensibilización como la que celebramos durante la semana de la educación financiera y como la iniciativa liderada por el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores, conocida comoFinanzas para Todos’. Sin embargo, hay una diferencia abismal entre transmitir el conocimiento y que este sea interiorizado y pueda ser aplicado por los ciudadanos en el momento oportuno.

De ahí que en muchas instituciones se comience a hablar de salud financiera para referirse al desarrollo de actitudes más allá del mero conocimiento de conceptos, como, por ejemplo, el hábito del ahorro. Este enfoque no solo beneficiaría a los jóvenes que, por ejemplo, quieran comprarse una casa, sino también a otros grupos heterogéneos y diversos en busca de una mayor libertad económica o que quieran evitar el inapropiado esfuerzo financiero que se deriva de las malas decisiones de consumo o inversión. Si al concepto de salud financiera se incorpora el desarrollo de ciertas habilidades no cognitivas y una mayor predisposición a minimizar los sesgos irracionales de nuestra conducta, parece lógico sugerir un programa de educación económica y financiera sostenido en tres pilares. El primero es una formación reglada y continua en la que se transmitan los conocimientos financieros básicos, a ser posible desde los primeros cursos de enseñanza obligatoria, de manera transversal, con un contenido relevante y cautivador, sin duplicidades, que combine teoría y práctica. Aquí son necesarios tanto incentivos claros para la formación del profesorado como un fuerte apoyo de la tecnología en aras de una educación moderna, flexible y adaptada a cada grupo de interés.

En segundo lugar, es necesario estimular el desarrollo de las habilidades no cognitivas, independientes de la capacidad intelectual, para fortalecer desde edades muy tempranas el control de los impulsos, el razonamiento, el pensamiento crítico y la planificación. Todas estas habilidades son esenciales en la toma de decisiones económicas y financieras óptimas para el bienestar individual y social.

Por último, resultaría conveniente enriquecer estas experiencias con la economía conductual en línea con el resultado de múltiples estudios que respaldan que la toma de decisiones depende más de las emociones que del conocimiento. Cuanto mayor es el conocimiento en educación financiera, mejor se procesará esa información. Pero en la mayoría de las situaciones, el contexto -casi siempre rodeado de incertidumbre y sujeto a una cuestionable calidad y simetría de la información- sumado a la dificultad de anticipar el resultado de las decisiones, provoca que emerjan algunos sesgos cognitivos que, de no corregirse, opacarán la base de conocimiento adquirido. En otras palabras, el conocimiento de la economía y las finanzas y la importancia de la información en las decisiones financieras tiende a diluirse frente a ciertos aspectos psicológicos del individuo, como el exceso de confianza, o  la limitada capacidad de las personas de procesar información compleja y abundante. Esto propicia que los prejuicios y las emociones se impongan ante las elecciones racionales.

Este poderoso trinomio supondría un salto cualitativo en la capacidad de comprender cómo funciona la economía y las finanzas. Permitiría el desarrollo de una serie de habilidades y conocimientos específicos que facilitarían la toma de decisiones correctas a tenor de los recursos financieros del individuo. No se trata solo de disponer de un mínimo de conocimientos básicos, sino de sentar las bases de una actitud y comportamiento propicios a la toma de decisiones económicas responsables y racionales. Un empeño que permitiría transitar de la educación financiera a las competencias financieras. Esta es la fórmula para mejorar la relación cotidiana con los hechos económicos que rodean nuestras vidas.

Juan Carlos Delrieu, director de Estrategia y Sostenibilidad de la Asociación Española de Banca

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