Las favorables condiciones económicas sobre las que el sector bancario operará, previsiblemente, en los próximos años, y el impacto que la tecnología y la digitalización deben producir en la cuenta de resultados del sector a medio plazo, representan factores de un gran atractivo para los inversores, como se pone de manifiesto en el valor en libros de muchos de los bancos españoles.
El año 2017 confirmó la capacidad de adaptación del sector bancario español a unas condiciones que, si bien han reflejado la fortaleza de la economía española, no por ello están exentas de unos formidables desafíos. De acuerdo con la información proporcionada por las propias entidades, el resultado atribuido de los bancos de la Asociación Española de Banca creció en 2017 un 5,1% respecto al año anterior. En consonancia con este resultado, la rentabilidad sobre el capital (ROE) continuó aumentando hasta situarse cerca del 8%, aunque sigue estando por debajo del coste de capital. La morosidad del sistema financiero español, según datos del Banco de España, cerró el año 2017 en el 7,8%, lo que representa el cuarto año consecutivo de descenso y el nivel más bajo de los últimos seis años.
Por todo ello, las entidades de depósito españolas no sólo están más capitalizadas, sino que muestran un mayor grado de solvencia que en el pasado, lo que propicia que la operativa bancaria, expresada a través del flujo crediticio, tienda a normalizarse. Este proceso, se tradujo en el pasado ejercicio en un ritmo de expansión de las nuevas operaciones de crédito del 16% para las familias y del 8% para la pequeña y mediana empresa.
Las perspectivas de la banca para este año mantienen un sesgo muy positivo en línea con el favorable contexto económico. En España se estima que el crecimiento del PIB se acerque, por cuarto año consecutivo, al 3%, gracias al dinamismo de la demanda interna, que responde con fuerza a la intensa generación de empleo, pero, sobre todo, gracias a la notable contribución de la demanda externa. Así pues, con el empuje de la actividad económica y la progresiva reducción de la tasa de desempleo, debería mejorar el perfil crediticio de las empresas y el de los consumidores, por lo que en un entorno de tipos de interés muy reducidos, cabe esperar que se produzca un sólido fortalecimiento del crédito a empresas no financieras y familias en 2018.
Por su parte, el sistema bancario sabrá sacar ventaja de este favorable escenario para abordar los desafíos a los que todavía se enfrenta el sector. Unos retos que, para la banca en general, pero, especialmente, para el negocio minorista, girarán alrededor de cuatro ejes.
Primero, aunque el mercado asume que el Banco Central Europeo comenzará a modificar el sesgo de la política monetaria hacia finales de año, en línea con el recorrido alcista que ya ha iniciado la Reserva Federal en Estados Unidos, los tipos de interés seguirán a lo largo de 2018 en mínimos históricos, lo que limitará el margen de intermediación de las operaciones de activo. Por otra parte, la capacidad de los bancos para seguir ajustando sus costes operativos será cada vez más limitada por cuanto ya han ajustado cerca de un 40% de sus plantillas y oficinas desde el inicio de la crisis. En consecuencia, la presión sobre la rentabilidad del sector seguirá siendo uno de los principales retos el sistema. Seguir aumentando el volumen de crédito se convierte de esta forma en una palanca fundamental para un modelo de banca en el que el margen de intermediación es un elemento básico de la cuenta de resultados. No obstante, la fuerte inversión en tecnología que las entidades financieras han realizado hasta ahora debe propiciar un nuevo impulso de los resultados debido al favorable impacto que pueda tener sobre la eficiencia, la productividad y, en definitiva, sobre los gastos de explotación que, necesariamente, tendrán que reducirse en los próximos años.
En segundo lugar, la gestión de los activos improductivos, fundamentalmente ligados al sector inmobiliario, representa un reto formidable no solo por su elevado volumen, sino por su impacto en la rentabilidad del sector. A pesar del esfuerzo que se ha realizado durante todos estos años por sanear los balances del sistema, las autoridades europeas siguen presionando para acelerar el proceso de venta de estos activos, como ya han hecho algunas entidades, lo que supone un nuevo elemento de inquietud respecto a un sistema que todavía acumula más de 100.000 millones de euros en créditos morosos e inmuebles.
En tercer lugar, el sector se enfrenta a un complejo y abrumador panorama regulatorio. Es cierto que el grado de regulación en el sector ha alcanzado una notable madurez y es difícil prever un nuevo impulso en los próximos años, pero la complejidad del engranaje que se ha construido hasta ahora, junto con la aplicación y el entendimiento de normativas que están en proceso de aplicación en España, propiciará que, en los próximos, la gestión derivada del marco regulatorio genere incertidumbres considerables para avanzar en el posicionamiento estratégico de sector. Las normas pendientes de aprobación en España como MIFID II, la Ley del mercado de servicios de pago o, entre otras, la Ley de Contratos de Crédito inmobiliario, favorecerá la aparición de un nuevo entorno operativo que puede agravarse con el arbitraje regulatorio derivado de la banca en sombra o de los nuevos competidores digitales.
Finalmente, el crecimiento del crédito exigirá una notable atención sobre el riesgo crediticio en un contexto en el que la zona euro está entrando un ciclo de tipos de interés al alza, como ya se refleja en la curva a largo plazo.
A pesar de estos desafíos, las favorables condiciones económicas sobre las que el sector bancario previsiblemente operará en los próximos años y el impacto que la tecnología y la digitalización deben producir en la cuenta de resultados del sector a medio plazo, representan factores de un gran atractivo para los inversores, como se pone de manifiesto en el valor en libros de muchos de los bancos españoles. Un interés que se percibe también en la valoración de las agencias de rating: Standard & Poors considera que trece de las quince entidades bancarias españolas que analiza ofrecen perspectivas positivas, por lo que es muy probable que muchas de ellas consigan un upgrade en 2018.
Este renovado apetito de los inversores podría traducirse en un mayor grado de capitalización lo que ofrecería posibilidades de crecimiento en otros mercados o de consolidación en España, si bien, en cualquier caso, una nueva ronda de inversiones servirá para acelerar la transformación digital del sector en beneficio de sus clientes.
Juan Carlos Delrieu, director de planificación estratégica