El pasado ejercicio se salda, de nuevo, con un balance claramente negativo en términos de crecimiento y de empleo. No atravesamos una recesión cíclica habitual sino una crisis con raíces de índole estructural.
Desde su inicio a comienzos de 2008, el PIB real y la demanda interna acumulan, respectivamente, una caída de 6 y 16 puntos porcentuales, se han destruido 3.5 millones de puestos de trabajo (cerca de un 20 por ciento del empleo total) y la tasa de paro se ha disparado 18 puntos porcentuales hasta alcanzar el 26 por ciento.
A esa situación se ha llegado porque a los desequilibrios internos se ha sumado el efecto desestabilizador del deficiente funcionamiento de la gobernanza europea dificultando el acceso a la financiación y elevando su coste.