Los bancos españoles y la AEB siguen comprometidos en recuperar la confianza de nuestra sociedad y no cejaremos en ese esfuerzo, con humildad y tesón, para lograrlo.
Buenos días,
Resulta difícil pensar en otro comienzo de año tan complicado y arduo de interpretar como este. Aunque, obviamente, la situación dista muchísimo de ser tan delicada como lo fue durante los peores años de la crisis (por ejemplo, a comienzos de 2012), sí que es verdad que no deja de sorprender la enorme volatilidad y, por qué no decirlo, el pesimismo subyacente al comportamiento de los mercados financieros (del bursátil, en concreto) en estas primeras semanas. Y no tanto por su evolución negativa, sino porque a comienzo del año las expectativas de los agentes tienden a ser benignas: con la perspectiva de un año por delante, se suelen asumir más riesgos que luego, a lo largo del ejercicio, se van corrigiendo. Pero, además, la volatilidad parece que no sólo está en las páginas de economía de los periódicos, sino que ha reptado a las secciones de política nacional e internacional, con giros diarios, incluso en cuestión de horas, en los principales temas de actualidad. En estas semanas, más que nunca, conviene consultar la información en tiempo real.
No es la primera vez que lo digo, ni será la última, pero estoy convencido de que la única manera sensata de afrontar estas situaciones es adoptando una visión de medio plazo, con la referencia del pasado reciente mirar el horizonte del futuro, para poder apreciar con un poco más de perspectiva dónde nos encontramos. Espero no tropezar en mi propósito, porque también conviene ver por dónde se pisa.
Para poder centrarme en la situación del sector bancario, déjenme que primero comience por la situación política.
Tres son las consideraciones a realizar. La primera, que la historia nos demuestra que las tensiones políticas suelen emerger, paradójicamente, cuando las crisis económicas se empiezan a superar. Segunda, que aunque las circunstancias en España obligan a aprender nuevos usos y formas de consenso, existen terrenos, como, por ejemplo, el de la aceptación del fenómeno migratorio sin tensiones políticas o sociales, donde nos podemos sentir muy orgullosos como sociedad y ser un ejemplo para otros países. En tercer lugar, que la estabilidad institucional y la seguridad jurídica son un prerrequisito para que los agentes económicos cumplan con su función de crear empleo y hacer avanzar la economía y para que los bancos cumplan con la suya de financiar a familias y empresas.
Como ya hemos explicado en múltiples ocasiones, el destino de un banco está ligado al de sus clientes: si a sus clientes les va bien, al banco le irá bien, y viceversa. No hay oposición de interés, el interés del banco y el del cliente es el mismo. Por ello, es lógico que para hablar de la situación del sector, empecemos por intentar saber cómo les va a ir a las familias y empresas españolas, esto es, por las perspectivas de la economía española.
Para dejarlo claro desde el comienzo, la economía española tiene en los próximos tres años una oportunidad de oro para encadenar una racha de crecimiento favorable que, si bien no eliminaría por completo los estragos causados por la crisis, sí que los puede minorar sustancialmente. En particular, me refiero a la posibilidad que se nos ofrece de reducir sustancialmente una tasa de paro que, hoy por hoy, resulta aún inaceptable. Esto puede parecer paradójico, dado el turbulento comienzo de año, pero creo que esta afirmación está sólidamente anclada en los fundamentos de nuestra economía.
Tres son los vientos de cola que favorecen nuestra marcha. En primer lugar, el prolongado escenario de bajos tipos de interés que, aun cuando representan un dolor de cabeza para los bancos, es una buena noticia para el conjunto de los ciudadanos y para el crecimiento económico, pues impulsa el consumo y la inversión. Además, esos bajos tipos de interés facilitan los procesos de reestructuración en aquellas empresas con un nivel de endeudamiento y apalancamiento excesivo o con una estructura financiera inadecuada. En segundo lugar, la depreciación del euro favorece, sin duda, a una economía como la española donde el sector exportador está ganando importancia. Si hemos sido capaces de ganar cuota de mercado dentro de la eurozona, gracias a las ganancias de competitividad logradas en estos años de crisis, imagínense lo que podemos lograr merced a un tipo de cambio que aumenta la competitividad de la economía española fuera del área del euro. Y, por último, el descenso del precio del petróleo supone un fuerte impulso a la actividad en todas las economías de la eurozona y especialmente en España, que presenta una fuerte dependencia energética del exterior.
Déjenme que me detenga en este último punto. Está claro que la desaceleración de la economía china, el fin del ciclo alcista en las materias primas y factores de oferta en el mercado del crudo son elementos que son vistos por los mercados financieros con preocupación, por su impacto sobre las distintas economías, emergentes y desarrolladas.
Y está claro que esos impactos son más complejos de analizar en un mundo financiera y comercialmente más integrado. Pero esa volatilidad, esas dudas del mercado no nos pueden llevar a una visión negativa sobre lo que representa el actual descenso del precio del petróleo para España: en términos de impacto sobre el PIB, estamos hablando de un impulso de medio punto, y en cuanto a la balanza energética y por cuenta corriente, de una mejora de punto y medio sobre el PIB. En suma, es una magnífica noticia.
Esa oportunidad de oro para aprovechar los vientos de cola no nos debe llevar a pensar que estamos inmunizados frente a cualquier adversidad. Por ejemplo, es un resultado bien conocido en economía que en situaciones de incertidumbre, la opción óptima cuando uno se enfrenta a decisiones de inversión es esperar a que esa incertidumbre se disipe. Cuanto menor sea esta, mucho mejor. En particular, la incertidumbre es muy perniciosa cuando se tiene una dependencia exterior tan notable, como es el caso de la economía española.
Por un lado, pertenecemos a un club, el del euro, con normas de pertenencia crecientemente estrictas, que limitan la autonomía de nuestra política económica, incluida la fiscal.
Por otro, el endeudamiento exterior de la economía española sigue siendo muy elevado, lo que nos obliga a refinanciar un 40% del PIB todos los años. O, en otras palabras, hay que convencer a inversores extranjeros de que presten a nuestro país cerca de 400.000 millones por año porque volver a invertir en España sigue mereciendo la pena.
Desde otro punto de vista, si experimentáramos un aumento de la prima de riesgo, no solo se incrementaría el coste de financiación del Tesoro, que drenaría recursos de gasto para otros fines, sino que casi la mitad de esos recursos irían a parar a manos de no residentes (vía balanza de rentas). En suma, es primordial para la economía española y para el presupuesto público mantener la confianza de los mercados, y eso hoy por hoy exige respetar las normas del club del euro, aun cuando se luche por cambiarlas desde dentro para todos los países. Así lo avalan experiencias recientes como la de Grecia.
¿Cómo mantener esa confianza de los mercados? Pues precisamente ofreciendo lo mismo que necesitamos internamente para seguir creciendo: estabilidad institucional, seguridad jurídica y políticas predecibles. Y, en sentido contrario, de lo que los mercados huyen es del ruido, de las sorpresas y cambios de dirección, de los mensajes poco claros y cambiantes. En definitiva, ser vistos como un reliable partner dentro de la eurozona.
En definitiva, si somos capaces de aprovechar esos vientos de cola, y mantener la confianza exterior en nuestra economía, la prolongación del proceso de recuperación permitirá a los bancos atender las necesidades de sus clientes, esto es, financiar ese proceso de mejora económica. Pero aunque el ámbito económico es vital para los bancos, este no es el único elemento relevante para su actividad.
Los bajos tipos de interés, que favorecen a la economía española y la impulsan, dificultan la obtención de márgenes adecuados. Al fin y al cabo, los bancos basan su negocio en la transformación de plazos, en tomar prestado a corto plazo para prestar a largo, y si la curva de tipos es plana y los tipos de corto están en mínimos, el core business se complica al extremo. Y aunque la recuperación económica impulsa la demanda solvente de crédito, en la medida en que continúan los procesos de desendeudamiento y desapalancamiento de familias y empresas, los volúmenes de crédito no aumentan a un ritmo suficiente como para compensar los bajos tipos de interés. Personalmente, creo que cuanto antes volvamos a una situación normalizada de tipos, mejor, no sólo por salir de la contradicción que, estamos observando atónitos en muchas economías, donde se paga al que pide prestado y se cobra al que aporta recursos , sino también para que la política monetaria recupere márgenes de maniobra frente a shocks futuros. En cualquier caso, la reacción a la subida de tan sólo 25 puntos básicos en EEUU demuestra que este deseo, hoy por hoy, no parece cerca de cumplirse.
El entorno competitivo tampoco permite relajaciones: los bancos españoles siguen luchando de manera firme entre ellos por arañar cuotas de mercado en cualquier producto o servicio, por lo que calificar la competencia en el sector bancario como feroz no parece exagerado.
El control de costes es una palanca importante, sin duda, para compensar los menores márgenes de negocio. Pero este ha de ser compatible con las inversiones necesarias para implantar con eficacia todo tipo de medidas regulatorias y de cumplimiento normativo, y para hacer frente al desafío de negocio que supone el nuevo entorno digital.
Respecto al entorno digital, no sólo se trata de dar a los clientes nuevos canales telemáticos con los que operar y aprovechar para aumentar la calidad y eficiencia de los servicios prestados. También habrá que encarar la competencia de nuevos operadores que ataquen nichos concretos del negocio, como los sistemas de pagos o el negocio de tarjetas, en unos casos haciendo frente a las mismas y en otros, por qué no, aliándose con esos nuevos operadores.
La rúbrica de provisiones sí que permite vislumbrar un cierto margen de mejora: en la medida en que se mantenga la mejora económica, las necesidades de provisiones irán cediendo poco a poco y de manera sostenida en el tiempo. En este sentido, la entrada en vigor de la IFRS 9, la norma contable que establece las provisiones basadas en pérdidas esperadas, no cambia esta favorable expectativa.
En definitiva, la rentabilidad mejorará en 2016 a un ritmo quizás aun lento, y heterogéneo, pero también lo hará de manera generalizada. Y si bien todavía la rentabilidad quedará, probablemente, por debajo del coste de capital, la brecha entre este y el ROE se irá cerrando paulatinamente.
Y aunque aun quede un trecho por recorrer en cuanto a rentabilidad, no podemos olvidar lo que ya se ha andado, con éxito, en términos de mayor solvencia de nuestros bancos, de mejora de la eficiencia, de saneamiento de los balances, de inversión en tecnología y de competitividad internacional.
En cuanto a la regulación, 2016 parece que será el año en el que se termine el proceso de cambio regulatorio que arrancó después del inicio de la crisis en 2007.
Todas las declaraciones de las autoridades en torno a lo que se ha llamado Basilea IV -que no es sino terminar ciertos flecos en torno a Basilea III- parecen indicar que no se van a elevar los ya exigentes niveles de capital impuestos a los bancos. El hecho de fijar la ratio de apalancamiento mínima en el 3%, más baja que la esperada por los mercados, parece apuntar a que, efectivamente, esto es así. Pero aun cuando el proceso acabe, las consecuencias de la implantación de un nuevo régimen de regulación y supervisión bancaria se seguirán notando. Por ejemplo, el nuevo esquema de resolución bancaria en la eurozona, con nuevos supervisores europeos y nuevas exigencias y reglas, ha entrado en vigor el primero de este mes pasado, y está generando no pocas dudas en los mercados. Por tanto, el fin del proceso en absoluto significa que los costes de la nueva regulación estén ya plenamente absorbidos.
Una reflexión que hay que hacer ante el fin de ese proceso de cambio regulatorio es que no hemos sabido transmitir a la sociedad los profundos cambios registrados en las reglas que rigen a las entidades bancarias ni los colosales requisitos que hoy en día se exigen para el ejercicio de la actividad bancaria. Resulta extraño que, ante el estreno de una película sobre la reciente crisis financiera, el director hable de lo que debería cambiar en la regulación bancaria, y que mencione medidas que se han tomado hace años. Algo está fallando en nuestro diálogo con la sociedad cuando no sabemos transmitir el enorme esfuerzo que está haciendo el sector bancario para evitar que crisis como la pasada se vuelvan a repetir y, sobre todo, para que no terminen pagándolas los contribuyentes.
Déjenme que, antes de terminar y pasar a lo más interesante, las preguntas de esta audiencia, haga alguna referencia a la situación de los mercados.
Este comienzo de 2016, como ya he dicho, está resultando sorprendente por la negatividad y volatilidad de las bolsas, sin que existan causas objetivas para su comportamiento. Y no es tanto que falten elementos para la duda como que sorprende la falta de discriminación. Por ejemplo, se pueden tener dudas sobre la calidad de los activos de algunos bancos europeos, pero no se pueden poner en ese saco a bancos que, como los españoles, han pasado no sin esfuerzo por la criba de un programa europeo sectorial de una dureza brutal. Los bancos españoles han hecho sus deberes. Tan solo hay que ver el número de entidades que han desaparecido como consecuencia de la crisis y la cifra de saneamientos que co n cargo a resultados han realizado los bancos sobrevivientes para apreciar la dimensión de ese esfuerzo . Por tanto, deberíamos esperar de los mercados un poco más de discriminación entre unas entidades y otras, entre unos países y otros, a la hora de juzgar las fragilidades.
En términos más generales, el comportamiento observado en los precios de los activos financieros durante este comienzo de año solo puede explicarse por una aversión al riesgo muy elevada. En la medida en que la prolongación del entorno de tipos de interés tiene como objetivo incentivar una mayor toma de riesgos por parte de los agentes económicos para que consuman e inviertan más, cabe preguntarse si esa aversión al riesgo no nos está indicando que los daños colaterales de ese extenso periodo de tipos bajos son superiores ya a sus beneficios iniciales.
En definitiva, 2016 nos ofrece oportunidades para avanzar en la recuperación de la rentabilidad perdida, pero también nos exige sostener los esfuerzos de gestión de años pasados, sin olvidar que la evolución del sector no será en ningún caso ajena a la de la economía. Por último, y aunque no es el objeto de mis palabras hoy, quiero recordarles que los bancos españoles y la AEB siguen comprometidos en recuperar la confianza de nuestra sociedad y no cejaremos en ese esfuerzo, con humildad y tesón, para lograrlo.
José María Roldán, presidente de la Asociación Española de Banca